Obra propia
2018
Carta a los mexicanos. Octavio Mestre. Obra incompleta

Libro que recoge 70 edificios construidos y 70 concursos perdidos, escrito a raíz de haber clausurado con mi conferencia, el ARQ Festival del 2016 en Guadalajara (México), una conferencia en la que compartí, con los más de 1.600 alumnos que había en el teatro Diana, muchos proyectos que no habían salido porque, como les dije, «todos nos reconocemos en el fracaso». Así les dije y escribí en el prólogo… 

Saber que nuestra única misión es dejar las cosas un poco mejor que como las recibimos, recordando que algunos indios americanos sostienen que la tierra no la recibimos en herencia de nuestros padres, sino prestada por nuestros nietos y es a ellos a quienes deberemos de dar cuentas… Y todavía hay quien los considera, despectivamente, pueblos primitivos.

 

Saber que lo que está de moda pasará de moda y que, en arquitectura, hay un tiempo que le es propio, la durée, de la que hablan los franceses, en un ciclo temporal que, a todas luces, nos sobrepasa y del que apenas somos un pequeño eslabón… 

 

Saber que das clases para “ayudar a ser” a otros que empiezan, para devolver en otros lo que un día recibimos, consciente de que no sólo “enseñando aprendemos”, sino de que sólo cotejando las propias ideas con las de los demás, éstas crecerán sanas (nada peor que mirarse el ombligo). Y sabiendo, por último que, aunque lo importante no pueda enseñarse (la enseñanza es siempre insuficiente, excepto en aquellos casos que es totalmente innecesaria), siempre puede aprenderse todo y de todos…

 

Saber sentarse a la mesa de los poderosos y de los indigentes, con los alumnos y con los obreros que levantan los edificios  que proyectamos y tratarlos de igual modo, como los hombres  que son, como al triunfo y a la derrota, que dijera Kipling en aquel poema, que un día me ayudara a ser hombre…

 

Saber que nuestro trabajo y sus resultados están más allá  de las contingencias, del dinero del cliente (a veces disponer de más medios sólo hace que el mal pueda sea mayor) y de las imposiciones de las normativas. Y que no nos pertenece… No sólo a nosotros que lo hacemos, ni siquiera a quienes nos lo encargan y pagan por él, sino que nuestro trabajo acaba por ser de todos y que, de estar bien o mal, lo estará por otras razones, no por tener más medios, ni más libertad… porque lo que, a priori, ayuda, a veces es una rémora, lo cual no deja de ser un misterio. La rosa es sin porqué…

 

Saber que, a veces, los proyectos que nos cuestan más esfuerzo son los que nos permiten hacer nuestras mejores obras. Como el músculo que, “si no duele, no trabaja”, así nuestro trabajo diario debe de estar en esa línea. Como el esquiador, que se desliza por una pendiente, y está siempre cayéndose para poder avanzar, consciente de que si se para y se yergue es cuando, de verdad, se cae. Saber que nuestra carrera es de fondo…

 

Saber que a nadie le importa lo que piensas o lo que sientas, sino sólo la obra final, ésa que está por encima de todo. Saber que hay que educar el estómago (y no tanto la cabeza o el corazón). Porque con la cabeza se pueden defender los planteamientos más disparatados y porque, de corazón, cuánta gente no se enamora sino de quien no debe. Pero, ¡qué pocas veces el estómago no se nos revuelve ante el estiércol! Claro que “Peca tres veces y pensaras que es lícito”, como reza el proverbio judío… Saber que no podemos renunciar a nuestra conciencia, porque en ella radica todo. “Un hombre se ahoga en el mar, pero el hombre es más grande que el mar. Porque el hombre sabe que se muere y el mar no sabe que lo mata” (Pascal).

 

Saber que hoy, en la era de la informática y de la comunicación global, mucha de la verdadera sabiduría se pierde tras la cultura (qué palabra tan engolada, pronunciada por más de uno al que se le llena la boca), así como cuánta cultura se diluye, tras ese exceso de información al que nos someten los medios (como decía Eliot)… Porque de lo que se trata es de ser sabios y no de estar informados (y porque lo de “ponerse viejos” llega solo, con los años)… 

 

Saber que, a pesar de que el hábito hace al monje (contra lo que reza el dicho popular), no hace falta vestirse de arquitecto para ser arquitectos. Que basta sentir esa emoción primera y construirla, que todo es más sencillo de lo que parece y, si no, malo. Y ser consciente de que, precisamente por eso, todo puede hacerse en abarcas. Estas abarcas que aparecen en la foto resumen la esencia del mediterráneo y, quizás, de nuestro trabajo en el estudio. Son las que siempre llevo en verano, hecho que es motivo de envidia de más de alguno de mis trajeados clientes, en los calurosos días de nuestros veranos. Con el deseo de que todos los días sean de sol… 

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